Reseña
La carretera, novela galardonada con el premio Pulitzer 2007 y best seller literario del año en Estados Unidos, transcurre en la inmensidad del territorio norteamericano, un paisaje literalmente quemado por lo que parece haber sido un reciente holocausto nuclear. Un padre trata de salvar a su hijo emprendiendo un viaje con él. Rodeados de un paisaje baldío, amenazados por bandas de caníbales, empujando un carrito de la compra donde guardan sus escasas pertenencias, recorren los lugares donde el padre pasó una infancia recordada a veces en forma de breves bocetos del paraíso perdido, yavanzan hacia el sur, hacia el mar, huyendo de un frío «capaz de romper las rocas».
[Fuente: La Casa de Libros]
“Si él no es la palabra de Dios,
Dios no ha hablado nunca”
“Una vez hubo truchas en los arroyos de la montaña. Podías verlas en las corrientes ambarinas allí donde los bordes blancos de sus aletas se agitaban suavemente en el agua. Olían a musgo en las manos. Se retorcían bruñidas y musculosas. En sus lomos había dibujos vermiformes que eran mapas del mundo en su devenir. Mapas y laberintos. De una cosa que no tenía vuelta atrás. Ni posibilidad de arreglo. En las profundas cañadas donde vivían todo era más viejo que el hombre y murmuraba misterio”. [Cormac McCarthy]
Con estas citas introduce el catedrático de literatura de la Universidad de Cartagena, Raymundo Gomezcásseres, su propia y peculiar reseña de este libro:
"Fue Einstein quien lo dijo, pero no recuerdo sus palabras exactas. En todo caso el enunciado era algo como: la tercera guerra mundial se hará con armas nucleares; la cuarta la pelearemos con palos y piedras.
La Carretera, penúltima novela de Cormac Mc Carthy, nos muestra el meta-apocalíptico panorama de una “cuarta” guerra librada entre los escasos sobrevivientes de una hipotética y previa devastación nuclear: convertidos en caníbales, armados con trozos de tubería, arcos y flechas; a veces haciendo fuego como el hombre de las cavernas, deambulando sin rumbo por el desolado y desértico paisaje de un mundo sin luz solar, cubierto de ceniza atómica, atravesando parajes con árboles calcinados aún en pie, encontrando personas muertas adheridas al asfalto como carbonizadas estatuas de hulla que conservan en sus cuerpos el último ademán y en sus rostros (“las bocas aullantes”) el postrero rictus facial de la huida hacia ninguna parte; soportando un implacable invierno nuclear y su correlato de muerte: la lluvia radioactiva... Cuando menos, ácida". <<leer más PDF>>